Mientras Raimundo lee la carta de Francisca en la que le pide que no trate de buscarla, el General se quedará en Puente Viejo con intención de hacer sangre. Además, Carmelo viene con novedades respecto a la fianza de Julieta, a la par que Severo se planta ante Irene: tienen que hablar. El viernes, en “El secreto de Puente Viejo”.
Por
Alicia Marín
Mientras en la entrega del jueves, el General es libre y Raimundo recibe un misterioso sobre, el viernes, Raimundo lee la carta que su mujer le ha escrito en la que le pide que no trate de buscarla. Raimundo la lee con profundo desconcierto.
Entretanto, Pérez de Ayala provoca a Alfonso para que éste intente agredirle: está buscando un motivo para dispararle. Carmelo le pide explicaciones y el General las da: está suspendido pero en libertad. Va a estar en Puente Viejo a la espera de defenderse, por tanto, sus planes pasan por quedarse por ahí haciendo sangre.
Por su parte, y acertadamente, Matías no teme tanto por los impulsos de su padre, como de su madre: hace tiempo que no sabe dónde para, tiene que salir a buscarla. Matías aparece por fin con Emilia; cualquiera diría que ella sí se alegra de que haya vuelto el General.
Mientras, el comisionado Padial reconoce ante Carmelo que Pérez de Ayala ha sabido situarse fuera de su control, y no puede más que sentirlo, pero no se le ocurre cómo llevárselo de Puente Viejo de manera inmediata. Más tarde, Pérez de Ayala aparece por sorpresa en La Casona, una visita que evidentemente no es de cortesía, viene buscando a Francisca, pero Raimundo y Mauricio no pueden dar razones de su paradero. Mauricio acude a Fe y le deja una escopeta para que pueda defenderse si sucede algo. Cuando Adela e Irene acuden donde Carmelo contándole cómo el joven no consigue reunir semejante suma de dinero, éste parece tener una idea: pide que lo dejen en sus manos. Y así, cuando Consuelo y Saúl están más desesperados por la situación, Carmelo viene con novedades.
Finalmente, Severo está determinado a no perder a Irene y pide consejo a su amigo Carmelo para ello, y así, ya en casa, Santacruz se planta ante ella: tienen que hablar.
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